Este post no va de Venezia, va de las cosas buenas que me han pasado allí.
No contaba con ir a Venezia esta vez, pero justo el día antes de aterrizar en Italia descubrí que mi querido Michele había vuelto a vivir en Mestre.

Michele y yo nos conocimos en 1991 en clase de historia de la música contemporánea. Una asignatura rara, optativa de la facultad de letras, que daba Giovanni Morelli en un sitio y horario improbables para quitarse de encima los alumnos menos interesados. Estuve yendo todo un semestre a estas clases a escuchar La zorrita astuta de Leos Janáček -lo único que recuerdo, el titular, porque ni llegué a dar el examen. Así pasé yo por la universidad: iba a clases que me gustaban, no necesariamente a dar exámenes.
Michele era amable, sonreía mucho, hablaba y escuchaba. Tenía muchas opiniones pero tenía curiosidad por las de los demás, y nunca era prepotente. Bebía té, y pasábamos las tardes entre clases, suyas o mías, tomando té con leche en algún bar.

El año siguiente yo me fui de Erasmus a Cork, él a Berlino. Nos escribíamos cartas, no muchas, y él me envió el regalo de cumpleaños más bonito que haya recibido nunca. Se rompió y lo perdí en alguna mudanza, pero lo recuerdo bien.
Después vinieron los años locos de la Giudecca 296/b, un piso mágico donde pasaron muchas personas y muchas cosas. Allí se enamoró de casi todas mis compañeras de piso y vino a llorar sus penas de amor. Yo sufrí por Tiziano, luego por Franz y finalmente me fui de Venecia para irme a vivir con Juan.

Yo nunca tuve una amiga del corazón, porque tenía a Michele. A él le contaba todo -y él se sigue acordando de todo. Vino a verme Sevilla, y en Madrid fue mi testigo de bodas. Estábamos por casualidad los dos en Roma, en 2008, cuando él tuvo un flechazo y se enamoró de la que ahora es su mujer. Nos vimos por última vez en su boda en 2016, después se fueron a trabajar a Suiza y fue más complicado vernos, pero alguna vez nos enviamos algún mensaje.

Tan acostumbrados a hablar por los codos, no estamos cómodos con whatsapp.
Hace una semana, 9 años después, él seguía sonriendo, yo seguía hablando, los dos seguimos teniendo muchas opiniones. Qué bien nos escogimos hace 34 años.
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