Estuve en Pordenone en plena temporada de espárragos —verdes y blancos—, que ahora son ya casi una tradición. No estoy segura de que lo fueran hace 40 años, pero el caso es que ahora lo son. Las tradiciones, ya sabes, se van haciendo con el tiempo.

La zona fuerte del espárrago es Cordenons, esa pequeña ciudad pegada a Pordenone donde se habla otra lengua y donde la identidad es distinta.
En el mercado de los miércoles y sábados, los espárragos lo invadían todo. Verdes y blancos, sin mucha distinción entre unos y otros. Algo que, viniendo de España, te hace explotar un poco la cabeza.



He visto precios desde 6 € hasta 15 € el kilo —los más caros que vi, en una frutería del centro que era particularmente cara. También era común ver ofertas de “10 € si compras 2 kilos” en muchos puestos. Qué mundo este, donde los espárragos se compran de dos en dos kilos.



Otra cosa que sorprende, con cabeza española, es que se venden sueltos —excepto en esa frutería-joyería y en la feria del espárrago de Cordenons. Se pesan, no se agrupan en manojos.



Así que me volví a casa con una gran bolsa de papel llena de espárragos verdes.

En casa los hicimos a la plancha, en pasta (siguiendo la receta que publiqué en El Comidista, pero sin longaniza) y de la forma más clásica: con huevo escalfado, Parmigiano rallado y un hilo de aceite de oliva. La mantequilla derretida también les va bien, pero esta vez no tocaba.
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