El concepto es fácil: los platos de cuchara pueden y deben ser platos únicos. Así que verdura, proteínas e hidratos, que se pueden declinar de mil formas distintas.
Podemos jugar con la temporada de las verduras, escoger un sofrito italiano (cebolla-zanahoria-apio) o ceñirnos a una receta tradicional.



La proteína es casi siempre legumbre -las 3 básicas nos dan al menos 3 variantes. Por supuesto, podemos apoyarnos en un poquito de carne, pero más como acento que como protagonista: un hueso, una minucia de unto, un trocito de tocino.
El hidrato hace que la misma sopa pueda disfrazarse de muchas formas distintas: podemos añadir patata a la sopa (aunque esto implicará que no se pueda congelar); podemos servir la sopa (perdón, potaje) encima de unas rebanadas de pan tostado (y quizás refregado con ajo). O, al final del todo, añadir un puñado de arroz o de pasta para potaje. Si no tienes la pasta específica italiana, que es un drama del primer mundo de italianos, unos tiburones, unos fideos gruesos, harán el apaño.
Si tengo mucha sopa-base y quiero comerla con pasta, separo la que voy a comer en el momento y a esa le pongo la pasta. Así la sopa que queda puedo tomarla de otra forma: con arroz, sin nada, en puré…

La semana pasada publiqué en El Comidista una versión de este plato, una receta del sur de Italia (podría ser Puglia, pero también Campania), que se puede hacer exprés o despacito. Los ingredientes son reducidos al máximo: tomate cherry de verdura, alubias blancas y mejillones de proteínas, y pasta corta de hidratos. La versión exprés con alubias de bote hace el apaño, aunque recuerda que hacer un potaje con alubias secas-hidratadas aporta mucho más sabor. Los mejillones, recién abiertos, se aprovechan todos, sobre todo su jugo es fundamental. Mejillones y tomates van geniales juntos, por cierto, en sopa o en pasta: el mejillón es saladito, pero con un punto dulce, el tomate es ácido, pero con un punto dulce, y cuando se arrejuntan saltan chispas.
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