Una no-receta que, sin embargo, merece la pena dejar fijada, porque nunca se sabe.
Si tienes una buena ricotta fresca, o una buena ricotta, o una ricotta —yo me atrevería a decir que cualquier buen (buen) queso fresco te puede servir: un mató, un requesón, el que haya en tu zona… — pero no quieres cocinar, tienes un postre listo. En mi casa se hacía, la ricotta con azúcar y cacao. Pregunté hace poco a mis padres de qué casa venía la cosa, porque casi todos los platos que para mí son de una casa tiene un origen u otro, es de casa Mayer o de casa Quaroni.
«La ricotta con el azúcar es algo que se hacía comúnmente. El cacao es un añadido Quaroni» dice papá Mayer.
Entonces: coge una ricotta. Por ejemplo, yo lo haría con una de L’Italiana de Carballo, y algún día podré probar la de Pinullet en Barcelona. (Mira, que no me lea nadie, pero un día prueba con una ricotta del super. No la del Mercadona, esa no, que es malísima. O con un requesón)
- Coge una ricotta decía, sírvete la cantidad que consideres oportuna.
- Esparce una cucharada abundante de azúcar. Debe ser blanco, que cruja. No, el moreno no. Panela tampoco. Hablamos de un postre de toda la vida, y de toda la vida el azúcar era blanco.
- Añade una cucharadita de cacao. El amargo. No Colacao. No chocolate a la taza. Cacao.
- Mezcla más o menos y come. Eso ya lo sabes hacer. Para mí es importante que el azúcar cruja, pero igual es una filia mía. Así que prefiero servirme poca ricotta, aliñar y comer, y después si a caso volver a servirme. No apto para intolerantes a la lactosa (si no tienes Lactojoy).
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